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Gabriel Oddonde

Socio de CPA Ferrere. Doctor en Historia Económica por la Universidad de Barcelona y Economista por la Universidad de la República (Uruguay). Profesor universitario en UDELAR y ORT. Se ha especializado en la consultoría, como consultor para organismos internacionales, instituciones y gobiernos en Uruguay y América. Ha publicado trabajos sobre economía política, crecimiento económico y comercio internacional.

julio 17, 2009
Lecciones de Chile

(Publicado en diario El Observador en edición de julio 2009.)

Si alguien visita Chile en 2009 luego de no haberlo hecho por quince años, se sorprendería. Las cosas a las que un visitante presta atención han cambiado mucho. Por ejemplo, la infraestructura vial y aeroportuaria son modernas y no se parecen en nada a las del Río de la Plata; la limpieza de Santiago no tiene punto de comparación con las de Buenos Aires o Montevideo; los edificios de oficinas y vivienda están a la altura de cualquier ciudad cosmopolita del mundo. En otras palabras, una mirada superficial permite concluir que a Chile le ha ido bien recientemente.


Una mirada un poco más detenida, aunque no profunda, confirma esta impresión. Entre 1990 y 2008 el PIB de Chile creció al 5,4% promedio anual. En igual período Argentina y Uruguay crecieron al 4,1% y 2,8% respectivamente. Los números agregados muestran que los chilenos han mejorado su bienestar promedio más que los rioplantenses en las últimas dos décadas.
¿Cómo ha repercutido lo anterior entre la población más pobre? Los números de Chile son mejores que los de Argentina y Uruguay. Por ejemplo, en Chile las personas que vivían en condiciones de pobreza e indigencia en 2008 eran la mitad que en 1990. En igual período, el número de pobres e indigentes aumentó en Argentina y es prácticamente el mismo en Uruguay. Es cierto que hay que tener cuidado al comparar las cifras de pobreza e indigencia entre países por posibles diferencias metodológicas y, sobre todo, por los efectos que los cambios de precios relativos suelen tener sobre ellas. También debe reconocerse que en el punto de partida, los niveles de pobreza e indigencia eran significativamente mayores en Chile que en Argentina y Uruguay, lo que hace más fácil su reducción durante períodos de crecimiento. Sin embargo, difícilmente las tendencias que revelan las cifras de la CEPAL puedan interpretarse de otro modo que no sea reconocer mejores resultados de Chile respecto a Argentina y Uruguay en materia de reducción de pobreza e indigencia.
Cuando se compara la evolución de la desigualdad en los tres países, también se observan mejores resultados en Chile. Por tomar un indicador, mientras en Chile el quintil más rico de la población disminuye su distancia respecto al más pobre entre 1990 y 2007, en Argentina y Uruguay aumenta. De todos modos justo es reconocer que, a pesar de la tendencia descrita, las desigualdades en Chile siguen siendo sustancialmente mayores que en Uruguay, aunque no que en Argentina.
En consecuencia, resulta imposible desconocer que al mirar el crecimiento económico, la reducción de la pobreza y la evolución de la desigualdad, a Chile le ha ido mejor que a Argentina y Uruguay. ¿Qué está detrás de estas trayectorias diferentes? Muchas cosas imposibles de resumir en un artículo de prensa pero que, a riesgo de ser esquemático, es posible señalar al menos tres. Primero, Chile exhibe una prolongada estabilidad macroeconómica asentada en políticas prudentes, estables y predecibles que dan lugar a un clima de negocios favorable para la inversión, la innovación y la asunción de riesgos por parte del sector privado. Gracias a ello, entre 1990 y 2008 el empleo formal ha crecido de manera sostenida, algo vital para reducir la pobreza a largo plazo. Segundo, Chile cuenta con una estrategia de inserción externa clara basada en una apertura agresiva de la economía, complementada en los últimos años con la firma de tratados de libre comercio. Ello le ha permitido alojar más inversión extranjera que a otros países de similar dimensión. Tercero, Chile ha propiciado un marco regulatorio favorable a la provisión privada de infraestructura básica. Gracias a ello, la presión por el aumento de infraestructura eléctrica y vial por ejemplo, no está atada a las restricciones fiscales.

Naturalmente, las lecciones de Chile comprenden muchos otros capítulos, aunque es probable que las soluciones apliquen menos al caso uruguayo ya sea porque la realidad de partida era sustancialmente diferente o porque directamente son más controversiales. Entre los primeros están las reformas de la administración pública, que se aplicaron sobre un Estado más centralizado que el uruguayo y con casi la mitad del personal contratado bajo regímenes temporales. Entre los segundos está la educación, con un modelo de financiamiento de eficacia incierta, o el sistema de pensiones, objeto de una reciente reforma que lo vuelve, al menos en su concepción, más parecido al uruguayo.
El ejemplo de Chile muestra que, aún en un país latinoamericano, existe un círculo virtuoso entre prosperidad, reducción de la pobreza y menor desigualdad. Debido a ello, es vital que Uruguay priorice en el próximo período de gobierno la consolidación de su estabilidad macroeconómica, el fortalecimiento de su inserción externa y la creación de mecanismos que eviten atar el crecimiento de la infraestructura al espacio fiscal. Asimismo, acelerar el fortalecimiento institucional de los organismos responsables de desarrollar políticas activas de empleo y de combate a la pobreza, es clave para asegurar que el círculo virtuoso descrito se consolide.

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